A finales del año que acaba de terminar, esta libélula visitó mi taller; me acompañó durante varios días en los que pude observar maravillada el reflejo del sol en sus alas, las sombras que proyectaba en los muebles… Y me vino a la cabeza un post que publiqué en el blog platóniko hace nada menos que 15 años, en el que relataba el «enigma de las libélulas mutantes»; en aquel relato me refería al sorprendente cambio de aspecto que una de estas anisópteras reveló ante mí al permitirme retratarla de cerca, pasando de grácil criatura a monstruo de ojos saltones. Y es que las personas soñadoras (o flipadas, llámanos como quieras 😉 ) algunas veces tendemos a idealizar, fabricando una imagen mental irreal de algo que desde lejos nos parece mágico y precioso… para descubrir, al acercarnos un poco, que la realidad no se corresponde del todo con aquello que habíamos imaginado.

Con la cerámica puede ocurrir algo parecido: es fácil idealizar esta disciplina al observar las hermosas piezas elaboradas por un artesano o al reparar en los innegables beneficios que la conexión con la tierra y con nosotros mismos que esta artesanía nos ofrece. Aunque, si miramos más de cerca, podemos descubrir que tras la belleza de cada una de esas piezas (y ya no digamos de las fotos que vemos en Instagram) hay un proceso que también incluye actividades no tan relajantes, además de incontables retos y frustraciones.

Vosotros pensaréis «pues vaya manera que tiene Sonia de empezar el año… ¿pretende desanimarnos?». Bueno, no es esa mi intención. Pero no sería justa si al compartir mi viaje omitiera las partes menos placenteras del camino; si os soy sincera, me he pasado las últimas semanas peleándome con un horno.

Y es que, al intentar reproducir en mi propio ‘kiln’ los resultados que había conseguido tras meses de investigación de esmaltes cerámicos, me he topado con muchísimas dificultades; lo cierto es que a día de hoy sigo sin conseguir exactamente aquellas texturas y colores… Pero también es verdad que he aprendido mucho en el proceso, no sólo a nivel técnico sino también en lo personal: a surfear con lo inesperado, a rebajar la autoexigencia, a abrir un poquito la mente para darme cuenta de que a veces en esa variabilidad incontrolable puede estar el alma de la pieza, lo que la hace diferente y especial. Lo más increíble que he descubierto es que ¡aquello que en mi ofuscación me parece inaceptable puede resultarle bonito a otra persona que lo ve desde fuera, con ojos frescos!

Así que, para este 2023 que apenas comienza, mi deseo es que continuemos aprendiendo y abriéndonos a la vida 💚.