Ilustración made in Platonia por Sonia Castillo (a.k.a. Úrsula Epops) sobre cerámica y fragilidad (kintsugi, resiliencia)

Al recorrer el camino de la cerámica, te topas continuamente con aprendizajes que no sólo son válidos en el sí de esta disciplina, sino que van mucho más allá: son valiosas lecciones de vida.

Y acaso por el hecho de que esas enseñanzas son más necesarias hoy que nunca, estamos asistiendo a un resurgimiento de esta artesanía; podemos decir que la cerámica “está de moda”. En nuestras ciudades oímos hablar cada vez más de los beneficios que trabajar la arcilla tiene para la salud, tanto física como mental; de las virtudes de esta actividad para ayudarnos a conectar con nosotros mismos, con el aquí y ahora, con nuestras raíces humanas y con la naturaleza. Una auténtica terapia para cuerpo y mente, en tiempos de estrés, prisas y tecnología.

Ensayo y error

Pero no todo es tan idílico en verdad: el camino de la cerámica también presenta retos y frustraciones; a fin de convertir el barro informe en objetos útiles, bellos y duraderos, es necesario adquirir y perfeccionar un buen número de habilidades que requieren destreza y fuerza, delicadeza y control… Y, sobre todo, es indispensable el cultivo de capacidades como la paciencia, la flexibilidad, la tolerancia o el desapego. Porque la cerámica, al ser el resultado de la vitalidad de los elementos (tierra, agua, aire, fuego que interactúan entre sí), es impredecible por naturaleza: inevitablemente, en el proceso de elaboración de una pieza intervienen muchas variables que no siempre se pueden prever o controlar; a cada paso, algo puede salir mal -o, más bien, de forma diferente a la esperada-, por lo que debemos estar abiertos a reconducir los resultados y a continuar aprendiendo permanentemente en un ensayo-error continuo.

Kintsugi

Precisamente uno de esos “errores” que se puede presentar con relativa facilidad es la aparición de grietas durante el secado o la cocción (a mi particularmente me ocurre más a menudo de lo que me gustaría con las asas de las tazas). Bueno… y ya no digamos si, una vez la vasija está finalizada, se nos cae por accidente y se rompe. Sobre esto, los japoneses tienen algo que enseñarnos: se trata del ‘kintsugi’, una técnica centenaria para reparar utensilios de cerámica rotos o agrietados, que consiste en unir los fragmentos con oro o plata, resaltando así las grietas y convirtiéndolos en objetos más valiosos y únicos, con más historia en su interior. La filosofía tras esta práctica señala que las cicatrices pueden ser bellas, que no es necesario ocultarlas. En nuestra sociedad del “usar y tirar” (una práctica que incluye cosas… y personas), el ‘kintsugi’ nos muestra que podemos solucionar los problemas en vez de proceder al reemplazo; nos recuerda que los fracasos y las pérdidas también nos definen y nos hacen crecer. En definitiva, nos enseña que la verdadera perfección puede surgir de la imperfección.

Perfección vs Fragilidad

Este último punto me parece especialmente revelador; ante las ansias de perfección, esa especie de obsesión con proyectar una imagen perfecta que últimamente se ha estado apoderando de todos los ámbitos de la vida (y que se hace muy patente en redes sociales como Instagram, por ejemplo), la cerámica nos alienta a quitarnos las falsas máscaras de éxito: dejemos de esconder nuestra naturaleza frágil, pues es precisamente lo que nos hace humanos.